martes, agosto 23, 2005

El vanguardismo latinoamericano


El vanguardismo no sólo fue una tendencia estilística que invadió el ámbito local e hispanoamericano; fue un modus vivendi en una sociedad que experimentaba muchos cambios, fruto de los adelantos científicos y tecnológicos de comienzos del siglo XX.

En este sentido el movimiento cultural peruano y latinoamericano, aspiraba a nuevas formas discursivas que apuntaran a un cambio real en el modo de expresión escrito, que lo alejara de los moldes importados y seguidos por otros autores siglos atrás.
Por eso, una de las principales características de esta nueva forma poética es su mirada a otros espacios, que ya no eran el hispano tradicionalista de versos ordenados, que obedecían a una métrica y rima parametradas, sino que vinculaban al espacio como parte del trabajo final.

El excesivo afrancesamiento, tanto como el apego a los moldes europeos (de los cuales se había escapado una sola vez con el modernismo de Darío), también fue criticado por una poesía que exaltaba los nuevos inventos y la promesa de un futuro luminoso, del cual se podría formar parte.

Un mundo alternativo



Pero, a la larga al movimiento hispanoamericano le resultó inevitable escapar a las influencias europeas, especialmente de Francia (Mallarmé y Apollinaire).
El acelerado proceso de desarrollo y la consecuente transformación en la vida diaria, ofrecían la posibilidad de estructurar un mundo diferente, un mundo poético alternativo, en el cual muchos de estos poetas se solazaron en construir sus viviendas literarias. La poesía del italiano Filippo Tomasso Marinetti y su Manifesto que alababa los triunfos de la modernidad fueron su principal modelo.

Un ejemplo plausible y el mejor logrado de esta tendencia en el Perú es Carlos Oquendo de Amat, cuya poesía vincula la técnica escrita con la espacial: el modo, la disposición en la hoja de papel, que también se constituía un modo de expresión, desde el instante en que se cogía sus 5 Metros de Poemas, que empezaban con una advertencia: “Abra el libro como quien pela una fruta”.

Otra característica de este maravilloso libro es el ludismo. El lector interactúa con el poeta desde que tiene en sus manos el poema, sometiéndose a juegos visuales, semejantes a lo descrito en cada uno de los poemas: un avión, un ascensor, el tráfico, un ferrocarril, el crepitar de las teclas de una máquina de escribir, etc. Es decir, dialogando con el poema en su peculiar lenguaje que construye.

Autenticidad

Sin embargo, mientras que Juan Parra del Riego, Gamaliel Churata y Alberto Hidalgo también seguirían esta técnica futurista y asombrada, poetas como César Vallejo, Xavier Abril y José María Eguren y Oquendo de Amat, quedarían consagrados para la posteridad como los mayores exponentes de la vanguardia, pues en tanto que no se diluyeron en el asombro y el ensalzamiento de una época que recién comenzaba, supieron proyectar, a través de la construcción de una auténtica lengua poética, la transparencia de la condición humana.

Aún cuando el vanguardismo peruano lucha por desvincularse de las influencias del pasado y estructurar un nuevo y propio lenguaje poético, es inevitable el desapego de las influencias de lo que le rodea. En el medio cultural local, hay rechazo hacia estas nuevas formas estilísticas y los críticos y representantes de los movimientos culturales les tienen vuelta la espalda. Es por eso que no es de extrañar que muchos de estos poetas, o bien se recluyeran en sus propios universos (es sabido que Eguren nunca salió más allá de Barranco), o buscaran otras latitudes para desarrollarse (César Vallejo se fue a París).


En Latinoamérica los principales exponentes de la poesía de vanguardia son Jorge Luis Borges, propulsor del ultraísmo en esta orilla y autor de Fervor de Buenos Aires y Cuaderno San Martín, Nicolás Guillén con Motivos de Son y Vicente Huidobro, autor del célebre poema Altazor (Carla Gonzáles).

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