La respuesta: Globalidad, peruanidad y periferia
El estimulante discurso de apertura del doctor. Carlos Iván Degregori, profesor principal de la UNMSM, en el reciente IV Congreso La Antropología en el Perú de Hoy (organizado por la UNMSM y la PUCP del 1°-6 de agosto), constituyó todo un desafío para sus protagonistas. El contenido del discurso fue multifacético y los asistentes al Auditorio Rosa Alarco de la Biblioteca Central (entre ellos las más altas autoridades de ambas universidades) aun deben estar ponderándolo.
Quiero rescatar en este breve comentario tres temas fundamentales que merecen ser tomadas en cuenta. El primero, si el antropólogo peruano debe esforzarse al máximo por integrarse al mundo globalizado, dejando de ser únicamente un intelectual de alcances locales. Segundo, si al decidir globalizarse debe seguir a-críticamente las “modas” académicas de los metropolitanos (asumiendo que nosotros constituimos una periferia académica).
Finalmente, si la relación de los académicos de Lima y las provincias, es análoga o no al centralismo que tanto afecta la organización política de nuestra nación. El primer punto es de especial importancia. En su discurso, el profesor Degregori dejó entrever que había una especie de aislamiento de los antropólogos peruanos en relación a la antropología mundial.
Globalidad e integración
Esto es totalmente cierto, aunque no en todos los casos. Muchos antropólogos peruanos (de la Católica y de San Marcos) asisten regularmente a congresos internacionales, y muchos han obtenido sus doctorados en universidades norteamericanas y europeas. Al llegar al Perú, sin embargo, el discurso intelectual y el debate político los arrastran a una dinámica muy especial que solo puede entenderse desde el plano local. Esto ocasiona que nuestro antropólogo globalizado se reintegre a un mundo intelectual lleno de localismos, léase el debate político coyuntural, el mundo de las ONG´s, la interacción constante con el Estado y sus organismos.
Este campo de acción, comprensible en una nación en formación como la nuestra, que integra a los intelectuales en lugar de aislarlos en torres de marfil, resultaría incomprensible para un intelectual del primer mundo. Si a esto le añadimos la pobreza de nuestra infraestructura universitaria (incluidas las privadas, porque hasta éstas son minúsculas en comparación con las grandes universidades de los países industrializados), la pobreza de nuestros sueldos y una vida universitaria llena de sobresaltos de distinto tipo, pues la mirada de un intelectual foráneo se transforma en horror e incomprensión total. Lo he visto muchas veces. Nos miran como bichos raros. Inclusive nosotros, los mismos peruanos cuando regresamos luego de una larga estadía en el extranjero, nos sentimos así. Pero luego nos adaptamos y nos reencontramos con el sentido de nuestro trabajo en nuestro país, y con el aporte social que realizamos, que solo lo podemos comprender, y sentir, teniendo en cuenta la realidad local –que no es solo la realidad del Perú, sino la condición del llamado “tercer mundo”, término por el que nos conocen los países auto-denominados del primero.
Aún así, coincido con el profesor Degregori en que es necesario que el antropólogo local sepa que están haciendo las antropologías metropolitanas (a nosotros nos conocen como “antropologías regionales”). De otro modo, correríamos el riesgo no solo de aislarnos, quizás de estancarnos teóricamente, o sino de terminar haciendo cualquier cosa menos una antropología contemporánea. Es innegable, nos guste o no, que los cánones de las ciencias sociales los establecen, por razones de poder y peso político y económico, las comunidades académicas del primer mundo.
Antropología peruana
El segundo punto está directamente relacionado. Si los antropólogos peruanos se globalizan ¿Debemos seguir todos sus modelos teóricos? ¿Todas sus tendencias metodológicas? ¿Todos sus temas y estilos etnográficos? El profesor Degregori sugirió que la antropología peruana debería extender su dominio del inglés, para poder usar “las armas del adversario” en caso necesario. Esto es también indiscutible.
El antropólogo que no sabe inglés no sabe lo que están produciendo los miles de antropólogos del mundo anglosajón, ignora por lo tanto su posición en el mundo global y pierde toda capacidad de crítica ilustrada. Sin embargo, cabe aquí preguntarnos si es que al hacer nuestras sus herramientas teórico y metodológicas no estaríamos reafirmando nuestro carácter de “antropologías regionales”, es decir, dependientes siempre de lo que primero imaginen y practiquen nuestros homólogos norteamericanos y europeos.
Yo diría que sí, hay que dominar el inglés, hay comenzar a publicar más intensamente en sus propias revistas de ciencias sociales, que se han convertido en los medios autorizados del “quien es quien” en el mundo y los que determinan los temas y conceptos “de moda”, hay que buscar más post-doctorados y aprovechar las bibliotecas de las grandes universidades para regresar recargados de bibliografía reciente, pero no hay que seguir todos sus caminos. Aprendamos su idioma y sus estilos para dialogar de igual a igual, pero reafirmemos la idea de una antropología peruana, con sus propias prioridades, temas, prácticas, y porque no, adaptaciones locales de teorías utilizadas para otras realidades.
Metropolitanos y periféricos
El último tema también nace de los anteriores, la relación de los antropólogos de Lima y los de provincias, muy enfatizada en el discurso del profesor Degregori. La pregunta que nos debemos hacer es ¿No estamos en el Perú reproduciendo la misma relación de poder entre metropolitanos (primer mundo) y periféricos (tercer mundo)? ¿Por qué los antropólogos limeños no leen a los provincianos?
Los antropólogos provincianos se quejan, no sin razón nos dice el profesor Degregori, que los limeños llegan a las provincias y los utilizan como mano de obra, trabajadores de campo, para luego volver a la capital con la materia prima y escribir un informe final. Los provincianos se sienten tan explotados intelectualmente, como el peruano con el investigador extranjero que viene, ve, y se va, para publicar luego un libro que le dará fama y trabajo. Este es un tema que, como los anteriores, debería ser ampliamente discutido. Y para ir concluyendo esta breve reseña, debo advertir que hay que tener cuidado con no evaluar la producción local tanto limeña como provinciana, comparándola con lo que hacen los antropólogos norteamericanos.
El que algunos jóvenes antropólogos provincianos hayan escrito etnografías otorgándole el crédito debido a sus informantes, tiene un valor en sí mismo. No significa que tengan valor solo porque coinciden con lo que los norteamericanos acaban de descubrir, las llamadas “etnografías colaborativas” (el antropólogo trabajando conjuntamente con el nativo).
La antropología peruana tiene mucho que aprender de las antropologías metropolitanas, pero también mucho que enseñar. ¿Acaso la antropología anglosajona tiene a un intelectual de la importancia para la antropología como José María Arguedas? Hay sin duda muchos antropólogos descendientes de los indios americanos, pero ninguno con el liderazgo y significado de la obra de Arguedas en el Perú.
Los antropólogos peruanos toman parte de la vida política del país, opinan y actúan dentro del Estado, entran y salen de la academia para meter el hombro construyendo la nación, están metidos en los medios de comunicación, salen en los periódicos, en la televisión, son parte de la vida nacional, y cualquier obra de ciencias sociales se constituye de inmediato en un aporte para el desarrollo del Perú como nación. Nada de esto ocurre en la antropología angosajona.
Por eso cuando vienen en el verano boreal nos evalúan preguntándonos solo por nuestros sueldos, nos preguntan si tenemos seguro de jubilación y casa propia. Solo los llamados “peruanistas”, que ya se han convertido en “locales”, aprenden a pensar como nosotros, y le dan la debida importancia al rol social y político que juega el antropólogo y todos los demás científicos sociales en el Perú. Esos valores debemos rescatarlos nosotros mismos, porque muchas veces nos olvidamos de valorarlos debidamente.
Estos temas, cruciales e impostergables, son solo algunos de los que mencionó Carlos Iván Degregori en su trascendental discurso de apertura del IV Congreso de Antropología. Bien podría servir, ojalá, como base para organizar un encuentro de debate sobre los otros temas incluidos, igualmente críticos para el futuro de las ciencias sociales en el Perú. (doctor Raúl R. Romero, docente de la UNMSM)
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