martes, agosto 16, 2005

La antropología en el Perú: La bella durmiente



Carlos Iván Degregori, pronunció un polémico discurso en la inauguración del IV Congreso Nacional de Investigaciones en Antropología que organizaran las universidades de San Marcos y Católica del Perú, a inicios del mes de agosto de 2005.

El discurso se desarrolló en torno a un símil trágico entre la antropología y la bella durmiente del mito francés. Aquella disciplina dijo- yace plácidamente dormida hace por lo menos veinte años, sin que sus cultores sean plenamente conscientes de ese prolongado sueño, debido a escisiones internas y sus propias inequidades, reflejos a su vez de los desgarramientos de un país en permanente crisis.

La reacción del público asistente, en su mayoría estudiantes y docentes universitarios, fue notable y las respuestas no se han hecho esperar.

Reproducimos aquí la respuesta elaborada por doctor Raúl Romero, docente de la UNMSM, pero antes presentamos la nota referente al discurso del doctor Carlos IvánDegregori:

“Pido disculpas si mis palabras suenan demasiado duras en un momento que debería ser de celebración”, previno Degregori al auditorio al comenzar. Confirmó que su diagnóstico sería sombrío aunque él mismo se definió como un optimista.

En un país como el descrito (escindido e injusto) “nuestra disciplina, hija del indigenismo, no podía ser ajena”, verificó. Recordó una edad de oro de la antropología, cuando vivían, investigaban, escribían y enseñaban Carlos Daniel Valcárcel, José María Arguedas, Efrain Morote, José Matos Mar y Manuel Marzal. Rindió breve homenaje a este último, especialista en religiones fallecido recientemente.

“Eramos útiles y teníamos trabajo”, resumió, sólo para comprobar acto seguido que aquel era otro país, otra época, con rasgos marcadamente señoriales, hasta el punto que algunos investigadores se regocijaban del éxito de sus experiencias de campo, gracias a asistentes que les cargaban los bártulos y tomaban notas por encargo.

Todo eso sucedía antes de la masificación de la educación superior, hasta la realización del XXXIX Congreso de Americanistas que se realizó en Lima, punto culminante de aquella etapa, rememoró Degregori. Pero la brecha entre globales y locales ya estaba abierta, advirtió. “A pocos años de la reforma agraria más radical de América Latina, sólo hubo (en ese Congreso) cuatro ponencias sobre temas agrarios peruanos.

En efecto, el 24 de junio de 1969, el gobierno presidido por el general Juan Velasco Alvarado, menos de un año después de haber derrocado al primer belaundismo, había decretado la repartición de los latifundios costeños y serranos, con participación para los campesinos en la gestión, la propiedad y las ganancias. Las antiguas haciendas fueron convertidas por ley en cooperativas agro-industriales y los latifundios gigantes en Sociedades Agrícolas de Interés Social.

Pero el control inmediato de las empresas fue entregado a comités dirigidos por oficiales del Ejército y funcionarios estatales, que forzaron su continuidad en los primeros años, burocratizando una reforma que venía defectuosa desde las alturas del poder. No obstante ese cambio “le rompió el espinazo a la oligarquía peruana” y comenzó en el agro peruano una etapa marcadamente diferente, con caídas en la producción y esclerosamiento administrativo, pero en el que la servidumbre feudal quedó atrás y se abrió paso a la futura fragmentación de las flamantes empresas.

En ese período admitió Carlos Iván Degregori- hubo un breve idilio entre la antropología y la primera fase del gobierno militar, aunque años después sobrevendría la crisis de los 80.

La respuesta del doctor Raúl Romero

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